Las desearon.
Se les irguió lo caballo.
Después de tanto navegar,
después de tanto andar
luchando,
batallando,
poniendo nombres,
decapitando ciudades,
templos, guerreros.

Al entrar en sus reinos,
al desflorar universos,
cómputos,
edades para siempre,
¡las desearon!
Se desabotonaron,
se quitaron las correas,
las espadas,
los arneses.

Y fue ahí sobre la tierra.
¡Oh mujeres, madres,
viejas y doncellas!

        Lo que se construyó después fue mentira.
        Hubo un instante humano,
        una sola vez verdadero.
        Después edificaron falsedades,
        separaciones, convenios.
        ¡Hay que ver cómo venían!

Les hirvió la carne y se la desabrocharon.
Las desearon a la orilla de la playa,
en los légamos,
en los caminos ensangrentados,
en las ciudades humeantes.

Las fecundaron a golpes,
a mordidas de lebrel,
con sangre que ha navegado,
que se ha mezclado con vino,
con pólvora.

        Eso es lo único exacto.
        Lo verdadero.

Locos, sedientos, heridos,
se desnudaron,
se quitaron los harapos,
se acostaron a la sombra
de cacaos soñolientos
Y NOS SEMBRARON
a dentelladas,
a fogonazos,
a golpes calientes
de carne y hueso,
de pellejo,
de insomnio y de sueño,
de instinto sublevado,
de ayuno que traían.
      
        Las desearon y
        después 
        las despreciaron.

        Eso fue todo.