A Mario Ibarra


Cuando nadie regrese a recordar la voz
de los instantes en el mañana
que encuentra su razón en la penumbra.
Cuando la voz no sea más
que la representación de un instinto
apacentando sus furores en las venas del crepúsculo,
y su eco retumbe
en labios que no han de pronunciarla de nuevo,
ha de volver cantando el aroma de un pájaro
y su largo oficio de oscurecer el horizonte.
Cuando el color sin luz de los recuerdos
invente la vana prolongación de un sentido,
y los rostros sean el río en el abismo,
la aparición del murmullo
sostenido de sus propios desvaríos
y el desconcierto que conjura,
ha de venir ante nosotros el aura apenas de un aliento,
el visitante.