Malditos los que invocan a la noche
para admirar tan sólo su negrura.

No ven la luz de las hojas tenues
que alumbran como pequeños dados
el dormitorio de las estrellas.

Vendrá el cierzo que triste deambula
por los orificios de los pozos y murallas,
a derribar el claustro de los cisnes.

Se derrumbará el mar de madreselvas
como se quiebra el fuego entre zarzales,
con el ímpetu ciego de la llama,
con el grito constante de la luna.

Se arqueará la loba que amamanta
los vestigios de un mundo que se muere
y su leche será bebida lejos,
allá donde la noche siempre es noche.