La muchacha del cuadro
mira a la visitante
del museo. Son jóvenes
las dos de frente, y bellas
mirándose a los ojos
a través de los siglos
que urdieron el encuentro.
La muchacha de afuera
sonríe al contemplarla
como a una antigua amiga,
a un tiempo eterna y breve;
da unos pasos atrás,
murmura algo en latín
y busca en el bolsillo
el bulto que advirtió
inquieto un policía
al verla entrar. De prisa,
el guardia la intercepta,
discuten, la registra
y rueda sobre el suelo
brillante una manzana.
La muchacha del cuadro
mira cómo se aleja
la muchacha que afuera
empuña oculta, firme,
una cuarenta y cinco.