Si yo fuera hombre,
se codearían riendo,
al verme
como un viejo alce
doblada la frente por el peso
y la ramazón
de la cornamenta que
-aunque invisible-
todos miran, puesta por ti,
en mi cabeza.

Pero, como soy mujer,
precisamente,
la misma ven y loan
unánimes,
en admirativo coro,
como diadema esplendorosa
o aureola de santa.

Virtud suprema, pues,
que lleva al cielo
a la mujer,
aquello mismo que,
al hombre,
sume en infiernos
de burlas y vergüenzas.