Y vino Dios un día
a jugar conmigo.
Juntos fuimos al Hombre.
Recorrimos al hombre.
Gozamos en el hombre.
Mi ser ya no podía con su
infancia abierta,
ni Dios con su cansancio.
Nos miramos.
Nuestros pies
unieron las piedras
y así formamos
un cementerio
sin cruces.
Ya nadie podría
beber nuestras angustias
y nadie tendría
en sus distancias
flores de papel.
Nos llenamos de hormigas.
De soledades abiertas
y cerradas.
Dios habló.
Me fui yendo poco a poco
y dejé al hombre solo.
Mañana será otro día me dije.
Pero el día no vino.
Y Dios quedó encerrado.
Empecé a llorar.