Este relato trata de otro desafío, en esta ocasión incruento aunque con riesgo de acabar fatalmente: el sostenido entre dos jóvenes miraflorinos, Miguel y Rubén, por el amor de una muchacha llamada Flora.

El relato empieza cuando Miguel, tras vencer su timidez, le declara su amor a Flora. Pero ella no quiere darle una respuesta en el momento y dice que primero lo pensará.

Miguel se entera entonces que Flora planeaba ir esa misma tarde a una fiesta en casa de una amiga, donde se encontraría con otro joven, Rubén, quien se le declararía.

Esto inquieta sobremanera a Miguel, que va en busca de Rubén, a quien encuentra en un bar junto con otros amigos; todos ellos integraban una patota o grupo llamado «los pajarracos», que seguían peculiares códigos de conducta.

Para evitar que vaya al encuentro con Flora, Miguel desafía a Rubén a someterse a pruebas de resistencia.

Rubén acepta. Primero compiten a quién bebe y come más, prueba en la que quedan empatados.

Luego, Rubén le reta a Miguel a nadar en la playa hasta la reventazón, lo cual era una prueba muy peligrosa por ser invierno y de noche, sumado al estado de embriaguez de ambos.

Miguel titubea, más aún al saber que su oponente era un excelente nadador, pero acepta cuando Rubén le promete que si lograba vencerlo, ya no se le declararía a Flora.

Ambos se dirigen hacia la playa e ingresan al mar, mientras que sus amigos esperan en la orilla.

En medio de la prueba, Rubén sufre un calambre y teme ahogarse, por lo que pide ayuda a Miguel, que lo saca hasta la orilla donde aguardaban sus amigos, a quienes ocultan lo ocurrido, porque Rubén así se lo pide a Miguel.

En reciprocidad con este favor, Rubén reconoce el triunfo de Miguel, pero agregando que este se dio «apenas por una puesta de mano».

Miguel no responde pero en su interior siente la satisfacción de que pronto todos se enterarían de que había vencido a Rubén, lo que le daría más opción para poder conquistar a Flora.