Hafid era uno de los más grandes vendedores del mundo, vivía en un palacio inmenso lleno de riquezas y cada día recibía bienes para vender y así con ellos enriquecerse más, su vida era “perfecta”, pero él mismo se dio cuenta de que estaba llegando a su fin.

Asimismo, llamó a Erasmo que era su principal tenedor de libros y le ordenó que vendiera todas las pertenencias que tenía para vender y que hiciera un recuento de todo el dinero que poseía y que lo repartiera entre los pobres, y demás trabajadores, y también le dio buena parte a él y su palacio; como Hafid sabía que Erasmo tenía una gran ambición de ser vendedor le dijo que le iba a dejar el más preciado de todos sus tesoros y riquezas.

Así que una vez encomendada la tarea al día siguiente Hafid llevó a Erasmo a una sala dónde no había entrado nadie en todos los años que Erasmo llevaba al lado de Hafid, unos comentaban que si tenía lingotes de oro, otros que si productos de incalculable valor,...

Pero en esa sala, guardada día y noche por un guardia, no había más que un cofre con unos pergaminos dentro. Hafid le preguntó si no se había quedado despagado y él le dijo que un poco, pero al explicarle Hafid que esos pergaminos contenían el secreto del arte de vender Erasmo comprendió enseguida aquel misterio.

Hafid le dijo que él había visto una luz en Erasmo y que era la señal de que debía entregarle a él los pergaminos, así que Erasmo se comprometió con Hafid a acompañarlo hasta el día de su muerte y entonces quedarse con el palacio de Hafid, con una parte de sus bienes para empezar a prosperar en el negocio y con los valiosos pergaminos.

Ante esta conversación, Hafid, no puede evitar empezar a recordar cuando su jefe, Pathros le entregó los pergaminos. Lo recordaba como si fuese ayer...

Hafid era el camellero de Pathros, un día fue a hablar con él y le dijo que no estaba muy contento con su trabajo que siempre había soñado ser un gran vendedor como su jefe, así que, Pathros, al considerar a Hafid tan buen empleado y tan leal, le dio la oportunidad de comenzar su carrera de vendedor, pero antes de que partiera le dejó muy claro que el objetivo en la vida de cualquier vendedor no tienen que ser únicamente las riquezas materiales, más bien la única meta podrían ser las riquezas del corazón.

Le dijo que esa ambición que tenía que la tenía que aprovechar pero para sacar dinero para su familia, y que todavía no la tenía, aunque luego se pensó en la hija de uno de esos ricos comerciantes y Pathros entendió las ambiciones de Hafid. No se lo iba a poner fácil, nunca lo había hecho, le dijo que se presentara ante los vagones de la mercancía nada más amaneciera y allí le entregarían uno de los más hermosos mantos del mundo, le dijo que cogiera el manto y un asno y que partiera hacia Belén ya que ninguno de sus comerciantes vendían jamás allí, porque se decía que era un lugar tan pobre que no tenía ni para comprar mantos, pero, sin embargo, Pathors había vendido allí más mantos que en cualquier otro lugar.

Hafid le preguntó por el precio, y éste le dijo que por lo menos un decenario de plata que le tenía que enviar a él y que si sacaba algo más se lo podía quedar para él mismo. Le dijo que no pondría a nadie para que ocupara su cargo cuando regresara por si acaso se arrepentía.

Hafid partió hacia Belén y la suerte no le acompañó llevaba allí cuatro días y no había conseguido vender el manto y empezó a preguntarse sí acaso él no sería un buen vendedor, pero luego se acordó de Lisha, la mujer a la que amaba, y su moral subió y pensó que primero le costaría bastante vender las cosas pero que con el tiempo y la práctica conseguiría ser el mejor vendedor.

Así que se fue a la cueva dónde tenía sus pertenencias y se encontró con que había luz, entonces decidió ir en silencio para tratar de descubrir al ladrón; pero al entrar en la cueva se encontró con la sorpresa de que había una pareja con un hijo en brazos, con la única protección de las mantas roídas de su padre y de su madre, Hafid sintió tanta tristeza que decidió regalarle el manto que debía de vender a aquel niño, y aunque tuviera que regresar con las manos vacías nada le iba a quitar la sensación de bienestar que se produjo en su interior cuando la madre del niño le dio un cálido beso de agradecimiento.

Así Hafid volvía con la cabeza cabizbaja y no lograba entender como había sido tan necio de rogarle a alguien que no conocía el precioso manto de su jefe Pathros.