RESUMEN DE LA OBRA "GRACIAS POR EL FUEGO
- Mario Benedetti -
Argumento de "Gracias por el fuego", libro de Mario Benedetti.
Una noche de abril de 1959, un grupo de quince personas, hombres y mujeres, se reúne en un restaurante de Nueva York, donde "no sólo se habla en un español nasal y contaminado; también podría decirse que se piensa, se camina y se come en español".

Todos son uruguayos y la mayoría pertenece a la clase media alta y en sus pláticas insulsas y frívolas declaran su admiración por las perfecciones de la modernidad, por el poderoso país del norte y, al mismo tiempo, expresan su desprecio por el Uruguay, Porque "Montevideo no es nada     no tenemos nada [...]

 salimos de una huelga para entrar en otra entre nosotros el obrero es la chusma [ ... ] nada, no producimos nada [ ... ] tenemos una filosofía de tango, y así no se va a ninguna parte [...] yo no pienso regresar al Uruguay; alguna vez, puede ser, de visita, pero a radicarme jamás".

Asoma entre las parejas cierto eventual coqueteo con su vecino de asiento, porque a la distancia nadie se acuerda de su apariencia moral y "me gusta estar lejos de Montevideo porque entonces pierdo mis inhibiciones".

Mientras se sienten con vergüenza de ser uruguayos, el teléfono suena. Todos callan. Algo ha ocurrido, algo horrible: "Una catástrofe. Una inundación espantosa. Un maremoto. El agua arrastra todo por las calles. Todo destruido. Una catástrofe como nunca. El país borrado del mapa. Campo y ciudad." El Uruguay en ruinas.

Arrasado, totalmente arrasado. Hay gritos, desmayos de mujeres, llantos, angustia... De pronto, todo en ellos es sólo arrepentimiento "...que no producíamos nada. Y no es cierto. Es un lindo país [...] se puede trabajar sin miedo [ ... ] nadie nos molesta [. ..] es un lindo país [...les mi país, es mi patria [...] borrado del mapa..."

RESUMEN GRACIAS POR EL FUEGO - Mario Benedettiy la preocupación egoísta por los negocios, las propiedades, los maridos, "mi mamita, mi hermano, mi pobrecito papá", los hijos, la mujer.

Ramón Budiño piensa en su hijo Gustavo, y en Dolly, la mujer de su hermano.

"Castigo de Dios, piensan las mujeres y rezan.

Castigo de Dios por ser renegados, por ser ociosos, por despreciar a los pobres, por mentir [...] todo era una pose; me gusta aquello; es un país chiquito, insignificante, pero me gusta"; la coqueta reconoce que "soy una puta; nada más que una puta".

Vuelve a sonar el teléfono. Todos quedan paralizados.

Suspiros de alivio ante las nuevas noticias. Todo era una exageración.

Se trata de una inundación, más importante que las de otros años, pero nada serio. Un gran silencio, y luego del susto, todo vuelve a la normalidad, alegría, coqueteos, nuevas inconformidades.

"Convénzanse. Somos una porquería. Ya lo vieron. Ni siquiera somos capaces de tener una catástrofe de primera clase."

Traspuesto el umbral del primer capítulo, escuchamos la voz de Ramón Budiño, quien nos cuenta cómo treinta y siete años han pasado desde que se sentía protegido, contento, orgulloso por saberse hijo de un "tipo impecable", de un padre que todavía no era el Viejo, sino sólo papá; de un hombre "elegante, siempre afeitado, seguro de sí mismo".

Treinta y siete años desde aquel día cuando, por soportar estoicamente el piquete de una inyección, papá le permitió escoger el juguete que más le gustaba, y le compró no una, sino diez cajas de soldaditos. Pero después de treinta y siete años, el protagonista es un hombre adulto sin madurar porque siempre ha vivido a la sombra de el —Edmundo Budiño—, a cuya voluntad él siempre se sometió, y ahora sabe que es el hombre corrupto, admirado, déspota, respetado, temido, cuya imagen actual no corresponde al ideal de los días de la niñez de Ramón.

¿Cuándo, se desvaneció su amor por el padre? El día en que el protagonista —aún niño— presenció la escena que lo obsesiona. Su memoria está marcada por el recuerdo de la violación de su madre. Ella no quiere, el Viejo la golpea; luego, el grito de la mujer.

"Quedé paralizado", confiesa Ramón. Durante una semana la señora debió usar lentes oscuros. El recuerdo lacerante se aviva luego, cuando ella muere. "Papá se había convertido en el Viejo."

Sin embargo, este "inescrupuloso, secretamente putañero e inseguro", para todos sigue siendo encantador, maravilloso, brillante, protector, todopoderoso. Para Ramón Budiño, el desencanto también llegó cuando se entera de que el Viejo financiaba bandas fascistas.

Pero no todo lo que hace su padre lo sabe Ramón; la voz impersonal de otro narrador —el autor— nos dice más adelante que el Viejo es tan irresistible, "tan masculinamente hermoso", que seduce a Gloria Caselli, una adolescente todavía virgen, y la convierte en su amante y confidente inofensiva durante veintidós años; una amante siempre fiel —a pesar de las otras relaciones ocasionales de él— y a quien desde el principio mantiene en secreto, aun después de enviudar, porque nunca mencionó la posibilidad de casarse con ella; una amante siempre clandestina, escondida, ignorada de todos.

Él se las arregla muy bien para ser discreto. Además, los que sospechan tienen miedo de indagar; nadie se atreve a descubrir el punto débil de Edmundo Budiño, institución nacional.

Su relación con Gloria signe siendo egoísta hasta hoy, cuando él tiene 68 años y hace tres que se acabó el sexo; ella tiene 41. Pero ante este terrible secreto que sólo ella posee, él se las ingenia para tomarlo no como una vergüenza, sino como un "merecido descanso".

"Pasaba por alto el detalle insignificante de que su 'merecido descanso' no tenía por qué coincidir con el de Gloria; pasaba por alto que para ella no se había acabado el sexo; pasaba por alto que ella seguía exigiendo su nutrición y su juego."

"¿Es justo eso?", se pregunta ella; mas, pese a todo y a tener pretendientes a su alrededor, Gloria sigue fiel.
La conciencia de Ramón regresa insistente a la narración, con sus recuerdos, pesadillas y obsesiones: la rutina conyugal con Susana, su mujer; su anhelo por Dolly, a quien ama; el arcaico odio por su padre, renovado cada día.

"Tengo que matarlo —se repite—, no hay otra salida para mí." Y se lo repite también a Dolly, mientras ella duerme, el día en que satisfizo su ilusión de tenerla.

Un día, en su oficina, Ramón ejecuta la sentencia. Prepara su proyecto, corrige los detalles, pero en el último momento se siente incapaz de hacerlo. "No puedo matarlo. Todo es más fuerte que yo: El Viejo, los lugares comunes, los tabúes de mí clase, los prejuicios."

Entonces su odio apunta hacia otro objetivo, su venganza se repliega contra sí mismo: el Viejo ha vencido una vez más.
Sin embargo, el Viejo triunfa para su perdición. Su arrepentimiento es desproporcionado y tragicómico. El Viejo queda doblado, vencido, caviloso; pero el suicidio del hijo no lo conmueve.

A Gloria le repugna esa actitud. Entonces se siente empujada a despreciarlo, a abandonarlo a solas con su rencor. Está harta de él, de ese viejo que sigue tan egoísta, reseco y cínico como siempre. Y ella quiere vivir.

"A la mierda con él." Gloria necesita un hombre verdadero que la ame, un hombre que la use toda, en cuerpo y alma, no para apoyo del cansancio de nadie. Él llora en silencio. Gloria finalmente toma una decisión. "Luego suena el portazo."

LOS PEQUEÑOS SERES - Salvador Garmendia
Cierto día por la mañana, el superintendente Mateo Martán, está anudándose la corbata ante el espejo y habla consigo mismo mientras se prepara para asistir a los funerales de su jefe de oficina; pero advierte que "su voz se quedaba flotando en el aire del cuarto como si nadie la hubiera absorbido".

Mateo piensa en voz alta en el difunto y en el significado de este suceso; la muerte del jefe representará para el subordinado un ascenso que lo acerque a la culminación de su carrera como funcionario dentro de la empresa.

Esta promoción lo aleja de una vida gris y monótona, pero también lo aparta de su realidad porque, de inmediato, su forma de ser se identifica con la del muerto; es decir, su vida rutinaria de oficinista va a sufrir un desequilibrio provocado por el cambio brusco que rompe con la alineación de años de obediencia.

La de Mateo Martán ha sido una existencia aburrida durante la cual siempre ha querido destruir sus relaciones con el mundo que le rodea.

Las frases y los comentarios escuchados durante el funeral de su jefe hacen visualizar a Mateo su propia invierte. Al darse cuenta de que es un ser inevitablemente destinado a morir, se le evidencia el vacío de su vida burocrática.
Los impulsos que le hacen vivir se van a manifestar de otra manera.

Se altera, se desconcierta, borra su cuadro de valores establecidos. El empleado gris se transforma y huye de las miradas de su familia, formada por Amelia, su esposa, y su hijo Antonio, porque también ellos ahora son ajenos a la nueva realidad de Martán.

Durante el largo día en que transcurre la acción de la novela, Mateo Martán sufre una metamorfosis gradual; se extravía en el cementerio donde "todo lo que su vista podía alcanzar ahora era un espacio solitario, dilatado en la multiplicación de pequeñas tumbas. Había perdido el camino y se encontraba desorientado".

Existe en Mateo la necesidad de pensar, de recordar hechos que le han sucedido, de expresarse en un soliloquio como si estuviera ante un auditorio que, sin embargo, no lo escucha. Busca a través de la memoria su tiempo y su pasado, mas su pensamiento es recurrente y llega al mismo recuerdo más de una vez.

Mateo entra en un bar y al principio el alcohol libera sus recuerdos, pero luego lo envuelve en una "confusión de aturdimiento". Imagina que se halla de nuevo en la funeraria donde se ve a sí mismo tendido en medio de la sala, "sobre un lecho de flores y molduras de felpa. Mi cabeza reposa en la almohadilla y me han vestido de pies a cabeza —impecablemente— con mi mejor traje azul [...]

Lo importante es que ahora no existo. Esto es algo que no puedo explicar con claridad".

Mientras mentalmente está representándose su propio funeral, alguien lo sacude y retorna a la realidad, a sus ocupaciones cotidianas; con inquietud piensa de nuevo en su mujer y en su trabajo, pero no tiene la suficiente voluntad para aceptar el mundo real que lo rodea y retorna a su casa.

"¿Qué pasará allá adentro?", se pregunta escondido detrás de un árbol. Quiere observarlo todo sin ser visto, pasearse entre sus cosas, "hablarle a Amelia como si yo fuera otra persona y saber lo que piensa, las cosas que dice; despedirme después de una larga conversación."

Mateo Martán vuelve a vagar, las calles se suceden sin tregua. Camina sin objeto, se mezcla entre la gente. Mientras, su esposa empieza a organizar su vida pensando en la ausencia definitiva de Mateo y preparando a su hijo en la realidad monótona y rígida de siempre.

Mateo se tiende debajo de un árbol y cierra los ojos. Y así se queda, "tendido debajo del mundo", pensando, recordando, durmiendo... mientras una voz lejana comienza a llamarlo por su nombre.