De carácter autobiográfico, esta obra es un análisis de la sociedad contemporánea, pero también un estudio de toda una multiplicidad de caracteres del siglo XX.

La vida Adams contó con muchos infortunios, pero tal vez, el mayor de todos fue su propio apellido.

Hijo de un distinguido diplomático, se vio encajonado por las glorias pretéritas de su familia y constreñido a servir como centinela de las mismas; sin ocios para disipar y esclavo del deber al igual que sus antepasados, tuvo en la cultura, más que un anhelo, un deber, un imperativo categórico.

Solían los Adams rodearse de una aureola de superioridad que les negó toda popularidad; particularmente Henry hubo de soportar sobre sus hombros el peso de todas las virtudes del siglo XVIII y presentarlo ante una sociedad que, como la estadounidense, se hallaba a la sazón viviendo una crisis de desmoralización tal que no le permitía asumir el reto de un ideal de deber y servicio por la comunidad.

Henry Adams era un hombre de talento, de un talento arcaico; comprendió que existía una gran distancia entre lo aprendido y la realidad, como también que eran nulas sus experiencias de Harvard y de Alemania.

Abandonó su tono de superioridad para reconocer que era preciso comenzar su propia autoeducación, y fue en Londres donde inició este proceso, donde aprendió, al lado Gladstone y Palmerston, los juegos de la política y empezó a preocuparse por la política misma y la problemática social.

Continúa su narración con el regreso a su país, en 1868; siguen diez años como profesor de historia en Harvard y director del Nort American Review;


luego, el abandono de la tarea docente para dedicarse completamente al estudio y la escritura de la historia; resultado: un compendio de la historia de las administraciones de Madison y Jefferson, además de dos biografías.

Llega 1892, y en adelante su educación habrá de tomarle todo su tiempo.

Su tarea era desentrañar las más profundas cuestiones sobre las cuales pudiera interesarse el intelecto del hombre; así, sus trabajos sirvieron como buena fuente para la filosofía de la historia.

Pensó que las teorías de Darwin sobre la evolución de las especies serían la clave para reducir las fuerzas del mundo a un común denominador, para reemplazar la multiplicidad por la unidad, pero un estudio completo de la vida americana desde Washington hasta sus días, no mostraba ninguna evolución, solamente cambios.

Comprendió entonces que en Darwin no estaban las respuestas que buscaba. Sus inquietudes insatisfechas lo condujeron a un estado depresivo a considerar que una fuerza invisible arrastra al hombre.

Lego comprendió que existe un punto desde el cual es posible situarse para medir el progreso de la humanidad, así pues, buscó la época en la cual, según él, el hombre ha alcanzado “la más alta valoración de sí mismo”; esta época resultó ser el siglo comprendido entre 1150 y 1250.

Consignó el producto de sus investigaciones en dos volúmenes de corte excelente: Mont Saint Michel and Chartres (estudio sobre la unidad del siglo XVIII), de 1904, y La eduación de Henry Adams (1907).

Sus investigaciones confirmaron lo vano de sus respuestas; en realidad no pudo resolver nada. Su autobiografía fue apenas el reconocimiento de la posibilidad de que se presentara una discusión universal como efecto del significado de las maquinas en la vida del hombre.

El hombre es incapaz de regir su propio destino e incapaz de escapar a su propio destino; en eso consiste el fracaso del individuo, que es, en síntesis, el fracaso del hombre.