Ribeyro nos presenta a don Santos, viejo rezongón y a sus dos nietos: 

Efraín y Enrique, quienes diariamente son lanzados a la ciudad por el abuelo, para que en los cubos de basura que “adornan” las calles, busquen el sustento de Pascual, marrano, a quien don Santos profesa mayor dedicación que a los nietos.   

Ribeyro describe, con profundo y crudo realismo, algo que sus ojos de niño vieron cuando su padre los mandaba a votar la basura, tal como él lo manifiesta en su cuento...

“Un domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco.  Los carros de la Baja Policía, siguiendo una huella de tierra, descargaban la basura sobre una pendiente de piedras.

Visto desde el malecón, el muladar formaba una Especie de acantilado oscuro y humeante, donde los gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas. 

Desde lejos los muchachos arrojaron piedras para espantar a sus enemigos.  Un perro se retiró aullando.

Cuando estuvieron cerca sintieron un olor nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. 

Los pies se les hundían en un alto de plumas, de excrementos, de materias descompuestas o quemadas. 

Enterrando las manos comenzaron a explorar.  A veces, bajo un periódico amarillento, descubrían un a carroña devorada a medias. 

En los acantilados próximos los gallinazos espiaban impacientes y algunos de acercaban saltando de piedra en piedra, como si quisieran acorralarlos. 

Efraín gritaba para intimidarlos y sus gritos resonaban en el desfiladero y hacían desprenderse piedras que rodaban hacia abajo hasta el mar. Después de un ahora de trabajo regresaron al corralón con los cubos llenos.

-¡Bravo! –exclamó don Santos –Habrá que repetir esto dos o tres veces por semana.”  Las palabras de don Santos, son concluyentes para mostrar su indiferencia ante el peligro a que se ven expuestos sus nietos. 

Por el contrario, lo único que puede preocuparlo s el destino de su querido Pascual, cerdo que habita en la pobre vivienda.  Habitación mísera donde los niños están en peligro de contraer cualquier enfermedad. 

Cuando  Efraín enfermó y no se pudo levantar a cumplir su diario martirio, el despiadado abuelo lo mandó a los muladares; labor que hubo de multiplicar por exigencia del empecinado anciano, que no quería ver reducida la ración del animal. 

Cuando los muchachos debido al cansancio no pudieron cumplir con los cada vez más exigentes requerimientos del abuelo, este, sin ningún miramiento cogió a “Pedro”, el perro de los niños, y lo arrojó al chiquero donde ya el cerdo se desesperaba por el hambre. 

Este hecho motivó la reacción de Enrique quien se abalanzó furiosamente sobre el anciano, quien perdiendo el equilibrio cayó al chiquero, donde hacía unos instantes “Pascual” había devorado al perro. 

Ambos niños huyeron precipitadamente, mientras desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.