Este cuento se trata de un hombre contando una experiencia que pasó cuando tenía quince años. Cuando era niño, estaba obsesionado con un caballo blanco, el cual llenó su juventud de fantasía y poesía.

También todo el pueblo estaba fascinado con este animal. Hablaron de él con entusiasmo y admiración por que era libre y nadie lo pudo controlar. La historia toma lugar en un campo cerca de un pueblo pequeño.

El narrador sólo lo vio dos veces en su vida. La primera vez que lo vio fue durante el verano. El narrador sintió una “eternidad momentánea” o sea sólo duró un momento pero nunca lo olvidará.

Desde entonces, el caballo mago cambió sus sueños, llenándolos de resonancia, luz, y violencia.

Cuando llego el invierno, la gente del pueblo comentaba que el caballo había regresado y que andaba por algún rincón. Por lo cual, al narrador le se le hacía más ideal y misterioso.

Cuando lo vio por segunda vez, se vieron al mismo tiempo y se quedaron inmóviles. El narrador lo siguió, observando las manchas negras que tenía en su cuerpo.

Entonces, el narrador lo trató de lazar y se le hizo mucho más fácil de lo que había pensado. Aunque se sintió verdugo, lo hizo porque era su sueño desde que era niño. Después de haberlo lazado, se sintió conquistador.

Cuando pasó con el mago por el pueblo, el caballo trató de escapar pero se caía. Allí el narrador se sintió mal por el caballo pero siguió por el camino hacía su casa.

Llegaron a la casa del narrador y él decidió dejar el mago en un potrero, donde ningún caballo se había escapado.

El narrador no durmió bien esa noche por estar pensando en el mago. Cuando se despertó, no encontraba el caballo por ningún lado. Se puso nervioso al darse cuenta que el mago había brincado la cerca de alambre de púas.

Vio que al otro lado de la cerca había huellas con gotas de sangre y se puso a llorar. Después de un rato, apareció su padre y le puso el brazo sobre el hombro y se quedaron viendo las huellas del mago.