Santa, hermosa muchacha pueblerina de 19 años, huérfana de padre, "hija mimada de la anciana Agustina, ídolo de sus hermanos que la celan y vigilan, gala del pueblo, ambición de mozos y envidia de mozas", fue seducida y abandonada por un apuesto alférez de gendarmería.

Tras el repudio de su madre y hermanos, que la echan de la casa, y "porque no sé trabajar [ ... ] y porque ya no quiero a nadie", Santa viaja a la capital donde encuentra refugio en el elegante prostíbulo de doña Elvira, la Gachupina. Allí también trabaja el ciego Hipólito, "de horribles ojos blanquizcos", pianista cuya música ameniza las noches del burdel.

Santa e Hipólito simpatizan de inmediato.
En poco tiempo, la joven pueblerina se convierte en la cortesana de moda. Los hombres reclaman sus favores y ella se siente halagada.

Mientras tanto, la amistad con Hipólito se hace cada vez más estrecha, a tal punto que el ciego se enamora perdidamente de la muchacha.
Un día surgen dos pretendientes de Santa, ambos ofrecen sacarla de su vida disipada y ponerle casa, son ellos el señor Rubio y el Jarameño, un afamado torero español.

Algunos sucesos se precipitan y Santa abandona el burdel marchándose con el Jarameño. La pareja se instala en una casa de huéspedes; pero aquel ensayo de vida honesta pronto aburre a Santa, quien cínicamente traiciona a su amante con un inquilino de la pensión.

El diestro la sorprende e intenta matarla; no lo logra, pero la echa de su lado.

Santa vuelve a casa de doña Elvira, un tanto arrepentida de su infidelidad, y al día siguiente Hipólito le declara su amor, pero ella lo rechaza aunque con suavidad.

Luego, decide irse a vivir con Rubio, sin embargo, sucede otra cosa: Santa se siente muy enferma a causa de ciertos dolores que hace tiempo la aquejan.

Comienza a escupir sangre, la hospitalizan, y cuando la dan de alta —muy débil, flaca y pálida— otra vez abandona el burdel, ahora sí para vivir con Rubio.

Muy pronto la cortesana se desilusiona de su nuevo amante, llegando a despreciarlo.


Los terribles dolores se acrecientan; para mitigarlos se vuelve alcohólica. Varias veces Rubio la encuentra borracha y finalmente la arroja a la calle.

Por el estado en que se encuentra, Santa ya no se anima a regresar al elegante prostíbulo de doña Elvira.

Busca empleo en casas de similar categoría, la rechazan y rueda entonces de burdel en burdel, cada uno más miserable que el otro, al mismo tiempo que su enfermedad se agrava.

Un día, desesperada, Santa manda llamara Hipólito, quien no sólo la traslada a su propia casa, sino que, con todo amor y devoción, le prodiga muchos cuidados y, a pesar de todo ello, la meretriz muere de cáncer.

Hipólito, transido de dolor, a nadie informa de ello, y la lleva a enterrar al cementerio de Chimalistac, su pueblo natal, adonde ni un solo día falta para echarse de bruces y llorar sobre el sepulcro.