El capitán Paiva era un indio cuzqueño de casi gigantesca estatura que se distinguía por su fuerza, por su bravura en el campo de batalla, por su disciplina en el cuartel y sobre todo, por su pobreza cultural.  

Para él el lenguaje metafórico estuvo siempre demás, y todo lo entendía al pie de la letra.  Varios de sus compañeros de armas referían que el capitán Paiva, lanza en ristre, era un verdadero centauro.

En Junín ascendió a capitán; pero por más que concurrió a muchas batallas, el ascenso no llegaba. Cadetes de su regimiento llegaron a coroneles, mientras que Paiva se convirtió en el eterno capitán. 

No ascendía por bruto y por esto se había conquistado una reputación piramidal. En 1835, el general Salaverry jefe supremo de la nación peruana era un gran admirador de la bizarría de Paiva. 

Cuando Salaverry ascendió a teniente, Paiva ya era capitán, de ahí que llevado aquél al mando de la República no consintió que el lancero le diese ceremonioso tratamiento.  Era su hombre de confianza. 

Una tarde llamó Salaverry a Paiva y le encargo que encontrara a don Fulano y lo trajera preso, pero que si por casualidad no lo encontraba en su casa, que allanara ésta.  Tres horas después regresó el capitán diciéndole que la orden había sido cumplida. 

Que no habiendo encontrado al sujeto0, había procedido a dejar tan llana su casa con la mismísima palma de su mano.  No había dejado pared en pie. 

Tradicion al pie de la letra - Ricardo PalmaAl capitán se le había ordenado “Allanar la casa”, y como él no entendía el lenguaje figurativo ni floreos lingüísticos, cumplió al pie de la letra: 

Salaverry no pudo ocultar una sonrisa, mientras se decía para sí mismo:  -¡Pedazo de bruto”-“.

Don Felipe Santiago tenía por asistente un soldado conocido por el apodo de Cuculí. 

Era un mozo limeño, nacido en el mismo barrio  y en el  mismo año que el general, así que demás está decir que habían mataperreado juntos. 

Abusando del afecto de Salaverry cometería barrabasada y media.  Fueron tantas las quejas que le llegaron al presidente que muchas veces tuvo que castigarlo.  Cuando el comportamiento de su coterráneo colmó su paciencia, Salaverry decidió atemorizar a su asistente, para ver si así cambiaba su conducta.

Llamó a Paiva y le dijo que se llevara al bribonzuelo al cuartel de granaderos y que lo fusilara entre dos luces.  Media hora después regresó el eficiente capitán diciendo muy orgulloso que la orden estaba cumplida: “-¡Pobre muchacho! Lo fusilé entre dos faroles”.

Para Salaverry, como para todo el mundo, “entre dos luces” significaba al rayar el alba.  Metáfora usual y común.  Pero… Venirle con metaforitas a Paiva?  Salaverry había pensado enviar la orden del indulto una hora antes de que rayase la aurora. 

Volviendo la espalda para disimular una lágrima, se volvió a decir para sí mismo: “-¡Pedazo de bruto!-“. 

Las dos “hazañas¨” de Paiva, sirvieron de escarmiento al general, que desde ese dìa se propuso no dar encargo ni comisión alguna al capitán.  El hombre no entendía de acepción figurada y había que ponerle los puntos sobre las íes.

Días antes de la batalla de Socabaya, se hallaba el ejército del general Salaverry acantonado en Chacllapampa.  Una compañía boliviana provocó a los salaverrinos. 

Cuando Salaverry se percató de que la escuadra enemiga se encontraba fuera del alcance, dio la orden de no hacer disparo alguno, y que en el caso de que el enemigo acortara distancia se podría recién formalizar el combate. 

Pero Paiva insistía que con uno cuantos lanceros podía hacer papilla a los bolivianos.  Y sobre este tema siguió el contumaz capitán majadereando, que, fastidiado Salaverry, le dijo:  “-Déjame en paz.  Haz lo que quieras. 

Anda y hazte matar-“.  Paiva escogió diez lanceros y arremetió contra el enemigo.  Luego de varios minutos regresó el capitán gritando ¡Viva el Perú!  Tres lanceros habían muerto y varios de los restantes volvían heridos. 

En la grupa del caballo de Paiva había un boliviano muerto.  El capitán cayó del caballo para no levantarse jamás.  Salaverry le había dicho: “Anda, hazte matar”.

Y esta orden, a quien todo lo entendía al pie de la letra, era una condena de muerte: